martes, 5 de abril de 2011

EL TOBOGÁN DE LA MEMORIA.


"La fragancia de un perfume consta de tres notas: alta, media y baja. La alta es la fragancia que se evapora más rápido. La media surge cuando la alta desaparece y se dice que es el corazón del perfume. Tiene una duración de cuatro horas y posee las fragancias más importantes. La nota baja está compuesta por las menos volátiles. Su misión es fijar el perfume y darle un aroma más globalizante. Antes de comprar un nuevo perfume conviene esperar alrededor de una hora para conocer las notas bajas y comprobar si son de nuestro gusto. A la hora de probarlo, no se debe frotar contra la piel, pues al acelerar la evolución natural de las notas distorsiona la fragancia verdadera".

La dependienta me está explicando algo que ya sé, porque cree que estoy buscando mi perfume ideal.

- ¿Te lo envuelvo para regalo?.

- No hace falta, gracias.

- ¿Deseas algo más?.

- Sí, tu número de teléfono.

Al marcar las teclas de la caja se equivoca, lo que demuestra que no esperaba una contestación semejante. Pero yo tampoco pensaba dársela. Por eso nos hemos puesto colorados los dos. Y al final no me ha dado su número de teléfono. Mejor así. Pues en caso contrario, más tarde o más temprano hubiera tenido que confesarle la verdad: que la atracción que he sentido por ella ha sido porque su perfume me ha recordado al de otra mujer.

Al de Mery, para más señas.

Y no es porque se pareciera físicamente a ella. Ahora que lo pienso, no se parecía en nada. Tampoco es porque la chica fuera guapa, que lo era. Es porque no existe una mujer que pueda parecerse a mi Musa, por más bella que sea. Su rostro, su mirada, sus gestos, su voz... Su risa... Todo es exclusivo. Por eso he notado esa irresistible atracción. Porque ha sido la primera vez que otra mujer me ha recordado a ella.

Empezando por su cuello, ese cuello de bailarina clásica que surge cada noche en el lago de mi memoria, donde los cisnes de Tchaikovsky nunca dejan de cantar. Ese cuello donde el perfume asciende como una hiedra invisible, sin tropezar con cadenas ni joyas. Ese cuello que ha sido esculpido por la Naturaleza, con la misma delicadeza que Rodin esculpió su Catedral.

Ahora que tengo en mis manos una foto de su cuello, pienso en la creencia de algunas tribus aborígenes, cuyos miembros reaccionan con violencia si alguien les dispara con una cámara, pues están convencidos de que una simple fotografía les puede robar el alma. Quizá alguien debería explicarles que más peligroso aún que el poder de una foto, es el poder de una fragancia.

La mujer que se perfuma se viste dos veces, y si una fragancia puede modificar nuestro comportamiento es debido a que cuando llega a nuestro cerebro, la primera zona de éste que lo percibe es el sistema límbico, también llamado cerebro emocional, que es el encargado de procesar nuestras reacciones afectivas. Si fuera al revés, si la información de las sustancias volátiles llegara primero al córtex, la zona donde razonamos nuestras emociones, entonces podríamos decidir el efecto de ese perfume. Pero no es así. Por eso, cuando uno quiere reaccionar ante el evocador poder de una fragancia, ya es demasiado tarde. Uno puede reaccionar ante lo que ve, pero no ante lo que huele. Y aquí, precisamente, reside el poder de un perfume. ¿Cómo es posible que éste pueda ser recordado durante años, incluso durante décadas, si una neurona olfativa no vive más de sesenta días?. Pues gracias a los axones que conectan unas con otras. Éstos son los verdaderos túneles del tiempo.

El ser humano recuerda el 5% de lo que ve, el 2% de lo que oye y el 1% de lo que toca. Pero recuerda el 35% de lo que huele. Lo que vemos, se puede tocar. Lo que tocamos, se puede guardar. Pero lo que oímos u olemos sólo se puede recordar.

Y aprender, según Sócrates, no es otra cosa que recordar.

El pasado que no vuelve es un presente enfermo y la técnica socrática de la reminiscencia tiene la misma finalidad que cualquier perfume: hacer consciente lo inconsciente. Y al igual que el maestro de Platón, el perfume, más que ofrecer respuestas, lo que hace es plantear preguntas. Hay perfumes que nos llegan así, de golpe, como una postal, una postal que no necesita fecha ni remitente. Hay otros que no sólo nos ayudan a retroceder a una época o a un momento determinados, sino que hacen algo más importante: nos demuestran que, en realidad, nunca nos hemos movido de allí. Fragancias que aparecen de forma súbita en nuestra memoria, recordándonos el pasado como un reloj de cuco nos recuerda las horas que lleva en su estómago. Pero el reloj de la memoria no funciona con pilas ni con cuerda: funciona por impulsos. No marca las horas, sino los momentos. Y cuando una fragancia pone en marcha este reloj, más que envolver nuestros sentidos, lo que hace es colisionar con ellos. Por eso, a veces, después del impacto tardamos en reaccionar.

La esencia de una fragancia se puede guardar en un frasco, pero el hechizo de una piel no se puede atrapar. El olfato es el más libre de todos los sentidos.

Y el más sincero, quizá.

En nuestra memoria las imágenes se deforman, los colores se diluyen, los besos se deshojan... Pero los aromas son los únicos que sobreviven. Gracias a ellos nos damos cuenta de que nunca seremos del todo adultos ni que jamás fuimos del todo niños. Cuando miramos al cielo, casi siempre pensamos en la libertad. Pero no es sólo libertad la libertad de movimiento. Hay otra libertad, tan importante o más: la libertad de pensamiento. La que aparte de viajar por el mundo, nos permite elegir el rumbo. El destino no se debe aceptar: se debe crear. Hay quien pisa la esperanza como Machado pisaba su camino: creando su propio destino. Pero sobre la esperanza, ciertamente, no se debe saltar. Pues pisar, conviene aclararlo, no es lo mismo que pisotear. Al andar se hace camino, y a veces, para dar un salto, no queda más remedio que coger impulso hacia atrás. Hay fragancias que nos recuerdan que el pasado es más real que el presente. Porque el amor no se evapora. El amor, como la materia, en vez de destruirse, se transforma. Y son esas fragancias las encargadas de recordar que el amor, por lo general, es la asignatura que nos queda para septiembre. En definitiva: recordad para aprobar.

Y el que no se deja llevar, suspende.

El túnel del tiempo no empieza en la imaginación de los físicos ni en las ecuaciones de los matemáticos. El túnel del tiempo comienza en la punta de la nariz. Pero viajar hacia atrás no significa renunciar al futuro. Al contrario. Hay que rescatar lo vivido para poder salvar del olvido lo que queda por vivir. Recordar para aprender, como recordaba Cyrano a través de su tabique nasal.

Lo seres humanos, al igual que los monos, tenemos una pequeña cantidad de magnetita en la parte superior de la nariz. Concretamente, en el hueso etmoides, situado en medio de los ojos. Algunos dicen que podría ser un antiguo mecanismo de orientación con respecto al campo magnético de la Tierra. Orientarse para caminar es, pues, tan importante como orientarse para recordar. Y no se puede recordar adecuadamente si antes no se ha aprendido a respirar.

No hay coordenadas para moverse en el tiempo. Sólo hay un mapa: la falta de miedo. El miedo al futuro no existe. Nadie se asusta de que llegue. Lo que se teme es que vuelva el pasado. Pues viajar hacia atrás es fácil. Lo difícil, a veces, es regresar. El pasado no puede volver. No puede hacerlo, porque nunca se ha ido. Y si debemos recordar para poder aprender, es porque aprender significa eso: dejar de temer. Quien busca el conocimiento, busca la libertad. Y no se puede ser libre cuando se huye del pasado. Los recuerdos viajan a la velocidad de la luz y nadie puede estornudar con los ojos abiertos.

La nariz, sí, es el tobogán de la memoria. Y aquí no hay barandillas donde poderse agarrar. Tampoco es posible saber si uno está bajando o subiendo. Para saber hacia dónde se va, es necesario saber de dónde se viene. Y este tobogán está preparado para que nos deslicemos rápidamente. No se nos permite detenernos. Sólo se nos permite viajar.

En las fotos, mi Musa exhibe una nariz impertinentemente aristocrática. Sin complejos. Como debe ser. Los árboles pueden mudar de hojas, pero no pueden -ay- esconder sus ramas. Y la belleza siempre resulta impertienente a los ojos de quien no la posee. Al fin y al cabo, bello es lo que te dice muchas cosas.

Y sublime lo que te deja sin palabras.




(De Los artículos de José Escuder)

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8 comentarios:

  1. En verdad es algo muy cierto en todo lo que dices , por que hay cosas que jamas pueden ser guardadas mas que los olores en eso estoy completamente de acuerdo es solo por ahi donde entra el magnetismo hacia las personas , son los mas exactos placeres que puedes decir si somos amigos o no , mucho mas a una pareja.
    sinceramente es precioso lo que dices me gusto y espero seguir aqui. saludos desde mexico.

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  2. Decía Sócrates que sólo sabía que no sabía nada, lo que ya es algo. Por el contrario, tú nos demuestras que la sensibilidad y el refinamiento encuentran su complemento natural en la sabiduría. Gracias, amigo mío, un fuerte abrazo.
    Angel Nevernet-Láncaster

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  3. mey de león fernández de córdoba5 de abril de 2011, 14:13

    Sublime !!!!!......y dime... ¿A que huele el amor?
    Te superas cada vez,Jose,a mi me encanta el olor de las cuartillas de papel tela,nuevecitas..... y como tu dices, los olores no se olvidan.
    Gracias y un beso de una aspirante a musa.

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  4. Creo no haber leído algo tan bien hilvanado al expresar.
    Exquisita lectura ,como una fragancia en esencia ,que perdura lo suficiente para no olvidar.
    Muchas veces suelen decirme que el pasado debo olvidar y como tú estoy absolutamente de acuerdo , seríamos seres sin recuerdos,si historias sin retos ni aprendizaje ,ni esa posibilidad de que lo amado sigue sindólo ,aunque se amor sea transformado en otra forma de amar.

    muchas gracias José!!por compartir tus pensamientos sentidos , que curiosamente se parecen a los mios!!

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  5. Los sentidos son los mejores aliados de nuestra memoria...hay que confiar más en ellos y no olvidar lo que inconscientemente queda para siempre en su recuerdo. Bonito relato, felicidades.
    María

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  6. Muchas gracias por la etiqueta José, es un placer y un privilegio leer y compartir tan bello relato. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices. María Julia.

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  7. Cuando entré en tu página, me asombró la sensibilidad de tus enlaces. La facilidad con la que puedes expresar tus sentimientos, sin caer en la cursilería, todo lo contrario. Acabo de descubrir tus artículos, que para mi, son una manera mas de aprender a expresar algo tan dificil. Vender perfumes es como vender humo. No nos damnos cuenta de la importancia de un aroma, al que inmediatamente asociamos con algo...bueno ó malo. Por ejemplo, el olor de la mina de un lapiz. Inmediatamente te transporta al colegio, a tu pupitre y te hace recordar cosas absolutamente olvidadas. Voy a intentar hacerme seguidora, dentro de mis limitaciones informáticas, que Mey conoce muy bien. Voy a ello...

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  8. Me gusta mucho la sensibilidad que leo en tu escritura, te seguiré...un abrazo
    Marta

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