martes, 4 de mayo de 2010

Promesas de amor en la pizarra.


Hace ya muchos años, concretamente el cinco de mayo de mil novecientos noventa y tres, recibí una misteriosa carta en el buzón de mi casa. Y no resultaba misteriosa por la falta de remite, precisamente. En el sobre figuraba la dirección de Espasa-Calpe y en el interior había un tarjetón donde se me invitaba a la presentación de un libro. Una selección de textos de amor, para ser exactos. Y en el dorso había un texto manuscrito que decía:
"Quizá no sean éstos buenos tiempos para el amor. Por eso, ¿por qué no reunirnos en su nombre?. Un abrazo...
La invitación la hacía el Ayuntamiento de Madrid y la nota la firmaba de su puño y letra Antonio Gala.
Cuando alguien te hace una propuesta tan seductora, no importa que no conozcas a la editorial, ni al alcalde. Ni siquiera al autor del libro. Cuando alguien reconoce que corren malos tiempos para el amor y te inivita a reunirte en su nombre, lo correcto es que dejes todo lo que estás haciendo y acudas a la ceremonia, aunque, como en este caso, vivas a seiscientos kilómetros de distancia. Seguramente, dicha invitación viniera a mi nombre por causa de un error. Pero esta posibilidad sólo la contemplé cuando ya me encontraba dentro del Talgo. Además, cuando uno es invitado a reunirse en nombre del amor, puede tratarse de un malentendido, pero jamás de un error. Cuando uno viaja en en nombre del amor, jamás lo hace en la dirección equivocada.
El acto se celebraba en el Museo Municipal, y en el tarjetón, el ayuntamiento ya avisaba que era imprescindible presentar la invitación en la entrada. Tan imprescindible, que por no llevar una, el máximo representante del consistorio se quedó fuera. Es lo que les ocurre a los políticos que escriben cosas y luego las envían sin haberlas leído previamente. Don José María esperó a que don Antonio saliera a recibirle, pero en el interior, don Antonio estaba demasiado ocupado escuchando los versos, sus versos, que Amparo Larrañaga recitaba con esa voz tallada en oro y cristal. Cuando a un gran empresario le preguntan el secreto de su éxito, suele contestar que no es otro que haber sabido rodearse de gente más inteligente que él. En el caso del poeta, consiste en saber escoger a la musa adecuada. Hay dos musas infalibles: la soledad y la papelera. Ésta última previene contra la vanidad, y la otra facilita la convivencia. No la convivencia con el amante, sino con uno mismo. El poeta escribe mejor cuando llora que cuando ama. Porque a veces al amor sólo se le reconoce cuando lo anuncian las lágrimas.
Y es que en el amor, como en la física cuántica, el todo es mayor que la suma de sus partes. Basta romperlo como si fuera un juguete, para comprobarlo. Toda lágrima es como un pequeño holograma: no importa en cuántas partes la dividas, que siempre reflejará la imagen completa del llanto que la ha provocado.
Se dice que el cisne siempre canta antes de morir, y aunque no sea cierto, yo me lo creo. Porque cantar, a veces, es una forma de llorar, y escuchar poemas en la voz de Amparo Larrañaga es una forma de burlar a la muerte. Desde que leí por primera vez El retrato de Dorian Gray, he empezado a leer muchas novelas pero no he acabado ninguna. Siempre he deseado leer una titulada "He visto a Dios llorar". Pero si aún no la he leído, es porque nadie la ha escrito. Una novela con este título sólo podría escribirla un poeta o un místico, aunque nunca he sabido muy bien la diferencia entre uno y otro. Quizá porque ambos conocen perfectamente lo que distingue a la religión de la espiritualidad. Si yo dijera que he visto a Dios llorar, nadie me creería. Pero todo el que es capaz de amanecer junto a la rosa que ha cortado en sus sueños, sabe que es más fácil ver llorar a Dios, que ver a un cisne cantar. Y esa tarde Amparo cantaba como el cisne de Góngora ("el blanco cisne/que envuelto en dulce armonía/la dulce vida despide") mientras el alcalde de Madrid esperaba fuera, dando golpecitos en el suelo con su bastón de mando, que el autor de Charlas con Troylo dejara lo que estaba haciendo para salir a recibirle. Pero gracias a Troylo, don Antonio ya sabía que hay más sinceridad en los aullidos de un perro en general, que en los discursos de un político en particular.
Y más humildad.
Todo el que ha amado a un perro sabe que su perro es único, y todo el que ha votado a un partido sabe que la mayoría de políticos son iguales. No importa que sean zurdos o diestros, porque todos acaban abofeteándote en la misma mejilla, aunque con distinta mano. Los políticos necesitan plazas de toros para congregar a sus votantes, pero al poeta le basta la capilla de un antiguo hospicio para reunir a sus cómplices. Qué mejor lugar. En el amor, más tarde o más temprano, todos acabamos siendo huérfanos.
Cierto es que el político levanta más pasiones con sus discursos que el poeta con sus sonetos. Sabe que es más fácil reunir a miles de personas en nombre del rencor, que a medio centenar en nombre del amor. La gente prefiere que le traicione un político a que le defraude un amante. La herida del político dura menos. Porque resulta más fácil sustituirlo.
"Quizá no sean éstos buenos tiempos para el amor", decía Antonio en su invitación. Siempre serán malos tiempos para el amor mientras nos resulte más fácil perdonar a un político que comprender a un amante. Aquel día, el alcalde se quedó fuera porque llegó tarde, y cuando uno tiene una cita con el amor, hay que ser puntual. El rencor puede esperar. Pero el amor, no. Admito, como Schiller, que sólo conoce el amor quien ama sin esperanza. Por eso hay que amar como se escribe y escribir como se ama. No importa que sea sentado, de pie, tumbado... Lo de menos es la posición. Lo que importa es la sensación, esa sensación de ingravidez cuando uno recita lo que siente en voz alta. Hay que amar hasta el dolor, porque el amor que no duele, más pronto que tarde, siempre defrauda. Hay gente que se marea ante una gota de sangre, y que luego se muestra indiferente ante una cascada de lágrimas. Al escenario del amor hay que subirse sin temor a que te silben, pero también -ay-, sin exigir que te aplaudan. El amor ha de sorprender. Y sobre todo, retumbar. Retumbar en tu pecho como el "vincerò" de Pavarotti en Nessum Dorma. En el amor, no importa que las pasiones sean bajas. Lo importante es que las notas sean altas.
"Yo no vivo. ¡Yo ardo!", exclamaba Yávorov.
"¡Sturm und Drang!", tormenta e ímpetu, gritaban los románticos.
El poeta, insisto, escribe mejor cuando llora que cuando ama. Cuando el poeta ama, no tiene necesidad de escribir. Tampoco tiene tiempo. Y si lo tuviera, le sobrarían las palabras. Tales de Mileto, el más famoso de los siete sabios de Grecia, cayó a un pozo mientras miraba las estrellas. Si hubiera muerto en ese momento, no habría muerto un filósofo: habría muerto un poeta. Tales era un enamorado que se preguntaba por qué, cuando miramos al cielo, nos invade la nostalgia. Al fin y al cabo, los recuerdos son como las estrellas fugaces: diminutos fragmentos de piedra y polvo que arden al entrar en la atmósfera de la memoria. Eisntein tenía razón: todo lo que vemos es pasado. Cuando observamos la Luna, la vemos tal y como era hace un segundo y medio. Cuando miramos el Sol, lo vemos como era hace ocho minutos. Cuando señalamos la estrella más cercana, la vemos como era hace cuatro años.
¿Y el amor?.
Han pasado diecisiete años desde que recibí la invitación de Antonio Gala y ahora se ha desvelado parte de su misterio. Por aquella época, yo estaba secretamente enamorado de una compañera de clase. Le escribía cartas de amor y las compartía con ella, sin confesarle que era ella quien las inspiraba. Aparte de las cartas, compartíamos otra cosa que yo desconocía: la timidez. Ambos confesábamos estar enamorados, pero ninguno reconocía de quién. Y el tiempo pasó, y por culpa de esa timidez ella se conformó con admirar mis cartas y yo con desear sus labios, esos labios con los que, pasados diecisiete años, aún sueño alguna vez. A ella le gustaban tanto mis escritos, que un día, sin que yo lo supiera, se los envió a su escritor favorito. Pero cuando se arrepintió, ya era demasiado tarde. Porque yo, sin saber nada, ya estaba camino de Madrid. Me lo ha confesado este fin de semana, cuando gracias a Facebook nos hemos vuelto a ver. Y después de nuestras respetivas confesiones, ambos hemos tenido la delicadez -o la timidez- de no preguntar si esta vez, como en aquella carta, nos habíamos reunido en nombre del amor.
- ¿Sigues pensando que en la carretera del amor, si conduces mirando el retrovisor, no llegas a ninguna parte?.
En vez de contestar, le he prometido que escribiría un artículo sobre ella. Sabe, como yo, que el poeta que no tiene pasado como hombre, no tiene futuro como poeta. Y mientras yo observaba discretamente sus labios, hemos brindado por la nostalgia y por nuestro reencuentro. Jules Renard decía que no existen los amigos, que sólo existen los momentos de amistad. Y quizá ocurra lo mismo con las promesas de amor.
Que las promesas no existan, y que sólo existan las oportunidades para amar.
(Dedicado a Lucia C. Coral)

6 comentarios:

  1. Bombones y papitas fritas para pasar el desamor, facebook, play 1,2,tres mil. No importa siempre que se pueda comer torta. Hay que paliar luego del subidón del amor luego del culmen punto g de la montaña rusa viene el bajón. En el bajón inesperado, ahí hay que robar versos de poetas y no poetas, de sabios de la calle y mendigos anacoretas. Por suerte se me paso, pero después de sufrir por amor viene una crisis de vacio, en el cual hay que llenar. Lleno con el instante pues, sumiso a no ser inmortal sino solo respirar y sentirse intensamente vivo lol....:)

    ResponderEliminar
  2. Ineresante artículo. Felicitaciones por el blog. Saludos PTB.

    ResponderEliminar
  3. Me has dejado con la duda, ¿miraste finalmente por el retrovisor? El amor siempre duele, aunque te llene, aunque lo ignores, aunque te subas en su grupa y conquistes las estrellas. Al final, siempre tiene una espina que te atraviesa la piel.
    Felicidades por el texto. Saludos PTB.

    ResponderEliminar
  4. Qué bien que recibiste la invitación firmada nada más y nada menos que por Antonio Gala....

    Me ha encantado, saludos Vanessa (PTB)

    ResponderEliminar
  5. Nunca te fíes de tu mano derecha, ni de tu sombra!
    Saludos desde PTB!

    ResponderEliminar
  6. sublime.
    ¿sabes? yo si he visto a Dios llorar, en los ojos de los niños que sufren, en el miedo de las mujeres maltratadas,en la resignacion de un anciano que ve como la vida se le escapa,en el dolor de una madre que pierde a su hijo,en la soledad de un alma que no encuentra refugio.......y en la pena del amor perdido por la timidez.
    Gracias por este retazo de alma. Un beso. Mey

    ResponderEliminar

Archivo del blog

Datos personales