lunes, 7 de febrero de 2011

TIME TO SAY GOODBAY





Mi Musa ha venido a Bercelona en un viaje relámpago. "¿Sólo dos días?", le pregunto. "Dos días pueden dar mucho de sí", me responde, con su sonrisa de Campanilla. Le advierto que en dos días no vamos a tner tiempo de visitar muchos sitios, pero ella soluciona el problema diciéndome al oído: "Enséñame tu mundo".

Estoy a punto de confesarle que mi mundo es ella, pero me callo. Por eso, en esta tarde de San Esteban decido llevarla al Barrio Gótico. Éste era mi mundo antes de conocerla. En estas calles he jugado al escondite con pantalón corto, he descubierto el amor con pantalón un poco más largo y he escrito poemas totalmente desnudo. En estas calles me he mirado en las piedras como quien se mira en el espejo y he desplegado pancartas que sólo las palomas podían leer. En estas calles he deambulado dormido y he soñado despierto, he consultado la Ouija sin derramar una gota de vino y he descubierto que no hay que huir del silencio, pues cualquier racha de viento puede llevar escondido el cabello de una mujer.

En estas calles he aprendido a leer con los ojos cerrados y a escuchar con los brazos abiertos, he visto volar folios en blanco como si fueran hojas de otoño y he masticado copos de nieve dulces como tu piel.


"Este ha sido mi mundo", le digo a mi Musa. Aquí he reído y he orado. Aquí he jugado al escondite con todos los dioses a los que la gente suele rezar para pedir, en vez de rogar para cambiar. Pues todos los que hemos nacido aquí sabemos que bajo nuestros pies se esconde un cementerio de promesas solubles en el fango. No hay que orar para pedir, hay que hacerlo para agradecer. Y mi Musa me ha demostrado que lo mejor de la vida, lo más deseado, no llega un minuto antes, pero tampoco un minuto después. Las mujeres, como las flores, tienen sus estaciones, y no aparecen cuando más las desea, sino cuando está en condiciones de saberlas apreciar.

Temía que esta tarde pudiera llover, pero gracias a la llegada de mi Musa las nubes se han congelado en el cielo, dejando una sombra de cicatrices plateadas donde la esperanza se acurruca a sí misma en su lento atardecer. Cuánta belleza a mi alrededor y qué afortunado me siento. Al llegar a la Catedral nos topamos con un tenor callejero que prepara su próxima interpretación. Estoy a punto de decirle si puede complacerme con una petición, pero opto por dejar mi capricho en manos del azar. Y al oír las primeras nota de Time to say goodbay, recuerdo la creencia budista, esa que dice que lo que nosotros llamamos casualidad no es más que karma en acción. Cuando el tenor despliega sus cuerdas vocales como las plumas de un pavo real, mi Musa me abraza para quitarme el frío. Pero no es el invierno lo que me hace temblar. Mi Musa me abraza para protegerme del frío sin saber que es su belleza -ay- la que me hace tiritar. Con su ternura, con su infinita ternura, me abraza como se abraza a ese cachorro asustado cuyos gemidos acabas de descubrir en una caja de cartón. Con su dulzura, con su infinita dulzura, me demuestra que todo poeta es un cachorro en brazos de su Musa. Siempre que hablamos de un derrame, pensamos, por lo general, en la sangre. Pero el derrame que yo siento ahora por mis venas no tiene el color de la hemoglobina, sino el color de la tarde. El tenor sigue cantando y bajo este cielo agónico me derramo en los brazos de mi Musa, sintiendo sus ojos, sus manos, su amor. Cuando termina la canción le aplaudimos como si la hubiera interpetado sólo para nosotros. Luego nos alejamos, en silencio. Y ese silencio nos demuestra que ahora no somos dos, sino tres, los que vamos paseando por estas callejuelas: mi Musa, la canción y yo. Qué silencio más cómplice. La melodía se desliza detrás de ella como el velo tras la novia y la perfección de sus caderas me recuerda que todas las partituras para violín se escriben en clave de Sol.

-Tengo un problema -le susurro al oído-. He cambiado la graduación de mis gafas y ahora te veo doblemente hermosa.

Se lo he dicho muchas veces: la inconsciencia de su belleza le hace doblemente bella, deliciosamente linda, inocentemente sincera. La inconsciencia de su belleza me obliga a buscar, a elegir o a atrapar todos esos adjetivos que los espejos de su casa, según dice, le niegan.

- Deberías estar agradecido a mis espejos. Gracias a ellos te has convertido en poeta.

Mi Musa pasea su elegancia victoriana por los alrededores de la Catedral y lo hace con unos tejanos que avalan, definen y ensalzan la vertiginosa infinitud de sus piernas. Hay velos que gracias a su liviandad se mueven eternamente en el aire, sin tocar jamás el suelo. Así levita mi pecho a su alrededor, cuando estoy con ella. La belleza de mi Musa sigue intacta hasta cuando se levanta por la mañana, porque mientras ella duerme, su hermosura se renueva. La belleza no duerme ni descansa. La clave de Sol nunca deja de brillar, ni de sonar. Porque mientras el compositor sueña su música, la partitura sigue bailando despierta.

Y ahora la voz del tenor nos persigue por estas calles laberínticas donde las farolas suspiran y la Luna, sigilosa, nos acecha.

Hacemos parada obligada en el Café de la Ópera y después de cenar le pregunto qué le apetece:

- Un whisky en una buena sala de jazz.

Ella bebe poco, pero bebe por los dos, pues yo no bebo ni para brindar en mi cumpleaños. Además, mezclar sustancias estupefacientes es malo para el cuerpo y con el narcótico poder de su mirada ya tengo suficiente. Mi Musa y yo compartimos el cigarrillo, yo se lo enciendo a ella o ella me lo enciende a mí y eso nos permite fumar en la misma boquilla, que es una forma de dibujar besos de humo en el aire, besos castos como las nubes de un botafumeiro. Cuando ella expulsa el humo, éste ya no huele a tabaco, sino a incienso. Mi Musa confiesa que no fuma, que sólo lo hace cuando está conmigo. Yo sí fumo cuando no estoy con ella, pero sólo con ella, sólo cuando miro sus labios, soy capaz de levitar como si fuera humo.

Descendemos las escaleras del Bel Luna y el hecho de que sea una sala de jazz subterránea ya le da un aire neoyorkino, una clandestinidad cómplice que despierta esos cinco sentidos que ella suele colapsarme con su belleza. Y cuando nos sentamos se lo digo. Le digo lo importante que es para mí, le confieso lo mucho que significa aunque me resulte imposible hallar significado para confesarle, sin balbucear, lo que intento decir.

- Tengo mucho mérito -le digo-. Mucho mérito por no desmayarme al tener tus ojos tan cerca.

Su mirada me deja sin palabras y sus ojos desaparecen en los míos como el hielo desaparece en el vaso. Luego acaricio sus dedos suavemente, con una delicadeza que le hace sentir cosquillas.

- Eres lo mejor que me ha pasado en todo este año que acaba -le digo.

Y lo mejor que me ha pasado en toda mi vida, pienso. Pero me callo. Hay personas junto a las cuales la vida sigue. Pero hay otras, las menos, junto a las cuales la vida, más que seguir, comienza. Esas que aparecen una vez cada cuarenta años.

Me gustaría recitarle a Neruda, pero no puedo. Recitarle poesía a la Poesía es como rociar con perfume a una flor. Prefiero esconder su mano entre las mías y acariciar sus ojos con mis ojos, suavemente, con la ingenuidad de quien pretende detener el tiempo. En ese momento siento que la oscuridad del local, en vez de camuflarme, me delata.

- Tengo mucho mérito por no secuestrarte ahora mismo y llevarte conmigo.

- ¿Adónde me llevarías?.

- Allí donde el tiempo no se mide por horas, sino por momentos.






Ya han pasado los dos días. Mi Musa vuelve a Madrid y ahora vamos camino del aeropuerto. Cuando estamos a punto de llegar le pongo Time to say goodbay, interpretada por Sara Brightman y Andrea Bocelli. Voy a hacer que el dolor sea más doloroso, si cabe. Ella sabe por qué. Mis cólicos no son nefríticos, sino cardiacos, pues mis piedras no están en el riñón, sino en el corazón.

- Dime una frase bonita -me pide, tras darle el último abrazo.

- Cuando una persona se despide de ti -le digo-, hay dos razones por las que puedes llorar: porque te ha abandonado, o porque te ha hecho muy feliz.

Y al sentir cómo su mano de despega de la mía compruebo que se necesita haber apagado muchas velas para saber que los mejores regalos no se reciben, precisamente, el día de nuestro aniversario. En ocasiones, el destino tarda toda una vida en venir, pero sólo un segundo en llegar. Y lo mejor de la vida no viene cuando nos da lo que le pedimos, sino cuando nos regala lo que no esperamos.













(Todos los derechos reservados)

5 comentarios:

  1. Jose....no se si llorar o reir,si abrazarte en la distancia o presentarme como una brujita en tu ventana y charlar contigo mil horas!!!!
    Es una delicia.... El amor te hace superarte a ti mismo, que ya es dificil.
    Todos estos sentimientos estaban dentro de ti y afloraban mas tenues, pero bastó el toque de tu generosa musa para que adquirieran su grandiosa y hermosa dimension.
    Quien fuera tu musa para escuchar muy suavecito ,al oido ,el sonido del amor puro, como una cascada suave y cristalina que llega como bálsamo al corazón.
    Te quiero muchisimo sobri querido. Gracias por enseñarme que el amor aun existe.
    Mil besos.

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  2. Maravilla,fascinante,me has dejado sin palabras realmente hermosooooooooo.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Gracias José por regalarme esta maravillosa historia. Me has contagiado la alegría del encuentro,las emociones de esas intensas 48 horas y la nostalgia de la despedida, como si fuera mi propia experiencia. Como siempre, es un placer leer tus relatos.

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  5. Che bello Josè leggerti,la tua profondità di animo risplende.
    Un caro saluto
    Candida

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